Es una canción que retrata el poder, la justicia y la misericordia de Dios frente a la rebelión humana. Evoca el fuego del Sinaí, cuando el Señor habló y estableció su pacto con su pueblo, recordando que toda elección —vida o muerte, bendición o maldición— tiene consecuencias. La letra muestra cómo la idolatría y el pecado trajeron juicio, pero también cómo el amor de Dios persiste, alcanzando al hombre a través del sacrificio de Cristo.
El mensaje final es una llamada urgente a la santidad: no abusar de la gracia, sino vivir en reverencia ante el Dios que es amor y fuego. La cruz se presenta como el punto donde justicia y misericordia se unen, recordando que la sangre de Cristo es demasiado preciosa para ser tomada a la ligera.
Echoes of covenant fire,
the mountains tremble with His voice.
Blessing or curse, life or death —
choose whom you will serve!
They turned away from the Holy One,
bowed to idols made of stone.
The earth groaned, the sky went dark,
and hunger devoured their bones.
Every tear was prophecy fulfilled,
justice written in blood and dust.
The Word spoke — and none could stand,
before the fury of a righteous God.
He warned, He called, He waited long…
but rebellion deafened every song.
Cursed and redeemed — the story of man,
we break His heart, yet He reaches again.
The price of sin was nailed to the tree,
mercy cries out, “Come back to Me!”
You think grace is a license to fall?
You trample the blood that saved us all!
The Lamb was slain, not for our games —
His scars still speak His holy name!
The fire still burns upon the altar,
the call still echoes through the night:
Be holy, for I am holy —
My people, walk in light!
Cursed and redeemed — justice and love,
the cross unites what sin tore apart.
The blood of Christ is too precious to waste,
too sacred to mock, too holy to fake.
He is love and He is flame,
mercy and wrath in perfect reign.
Bow before the One who reigns —
and live for His holy name.
Ecos del fuego del pacto,
las montañas tiemblan con Su voz.
Bendición o maldición, vida o muerte —
¡elige a quién servirás!
Se apartaron del Santo,
se inclinaron ante ídolos de piedra.
La tierra gimió, el cielo se oscureció,
y el hambre devoró sus huesos.
Cada lágrima fue profecía cumplida,
justicia escrita en sangre y polvo.
La Palabra habló — y nadie pudo resistir,
ante la furia de un Dios justo.
Él advirtió, llamó, esperó largo tiempo…
pero la rebelión ensordeció cada canción.
Malditos y redimidos — la historia del hombre,
rompemos Su corazón, y aun así Él vuelve a alcanzarnos.
El precio del pecado fue clavado en el árbol,
la misericordia clama: “¡Vuelvan a Mí!”
¿Crees que la gracia es licencia para caer?
¡Pisoteas la sangre que nos salvó a todos!
El Cordero fue sacrificado, no por nuestros juegos —
¡Sus cicatrices aún proclaman Su santo nombre!
El fuego aún arde sobre el altar,
el llamado aún resuena en la noche:
Sé santo, porque Yo soy santo —
¡Mi pueblo, camina en la luz!
Malditos y redimidos — justicia y amor,
la cruz une lo que el pecado separó.
La sangre de Cristo es demasiado preciosa para desperdiciarla,
demasiado sagrada para burlarse, demasiado santa para falsificar.
Él es amor y Él es llama,
misericordia y ira en perfecto reinado.
Inclínate ante Aquel que reina —
y vive por Su santo nombre.
Teológicamente, esta letra refleja la tensión entre la justicia y la misericordia de Dios, mostrando cómo la humanidad, a pesar de su rebelión y pecado, es redimida por el sacrificio de Cristo. Se enfatiza la santidad de Dios, el valor de Su pacto y la seriedad del pecado, al mismo tiempo que se celebra la gracia ofrecida a través de la cruz. La canción resalta que la gracia no es excusa para vivir en pecado, sino un llamado a la santidad y al arrepentimiento.
Emocionalmente, provoca respeto, temor reverente y esperanza. La imagen del fuego del pacto y las montañas temblando transmite la majestad y el poder de Dios, mientras que la invitación a elegir seguirle despierta conciencia personal y urgencia espiritual. El contraste entre maldición y redención, justicia y amor, refuerza la profundidad del sacrificio de Cristo y la fuerza transformadora de Su sangre. Inspira un sentimiento de adoración, humildad y compromiso con la santidad.