Esta versión del Salmo 22 es una obra metal emocional y profundamente espiritual, que retrata el dolor del abandono y la esperanza de la redención. Mantiene fielmente la esencia profética del salmo: el clamor del justo que sufre y la prefiguración del sacrificio de Cristo en la cruz. La letra viaja desde la angustia (“¿Por qué me has abandonado?”) hasta la victoria final (“Él lo ha hecho”), mostrando la tensión entre el silencio de Dios y Su presencia constante. Con guitarras atmosféricas, voces desgarradas y un crescendo épico, expresa la paradoja divina: el Dios aparentemente ausente que, en medio del sufrimiento, realiza la salvación eterna.
My God… why have You left me?
The silence cuts deeper than the nails.
I cry by day — no answer.
I cry by night — no rest.
They mock me in the streets,
words like arrows in the dark.
“Where is your God now?” they say,
while I cling to the dust.
My bones feel the weight of Your distance,
my heart melts like wax in the fire.
Still, You are holy,
enthroned on the praises of the faithful.
Our fathers trusted You —
and You rescued them.
I am poured out like water,
yet You hold every drop.
You see me surrounded,
but You have not turned away.
Even in the silence,
You are near.
Even in the breaking,
You remain.
Dogs surround me,
evil circles close in tight.
They pierce my hands and my feet,
they count my bones like trophies.
They cast lots for what’s left of me,
but my soul belongs to You.
Do not stay far,
for trouble is near.
My strength fades like smoke,
my breath trembles in the dust.
But from the ashes,
a song will rise.
I am poured out like water,
yet You hold every drop.
You see me surrounded,
but You have not turned away.
Even in the silence,
You are near.
Even in the breaking,
You remain.
The ends of the earth will remember.
Generations not yet born will rise and say:
“He has done it.”
It is finished…
but not the end.
The forsaken Light
still shines.
Dios mío… ¿por qué me has abandonado?
El silencio corta más profundo que los clavos.
Clamo de día, y no hay respuesta.
Clamo de noche, y no hallo reposo.
Se burlan de mí en las calles,
palabras como flechas en la oscuridad.
“¿Dónde está tu Dios ahora?”, dicen,
mientras me aferro al polvo.
Mis huesos sienten el peso de tu distancia,
mi corazón se derrite como cera en el fuego.
Aun así, Tú eres santo,
entronizado en las alabanzas de los fieles.
Nuestros padres confiaron en Ti,
y Tú los rescataste.
Estoy derramado como agua,
pero Tú sostienes cada gota.
Me ves rodeado,
pero no has dado la espalda.
Aun en el silencio,
Tú estás cerca.
Aun en el quebranto,
Tú permaneces.
Perros me rodean,
el mal cierra su cerco con fuerza.
Atraviesan mis manos y mis pies,
cuentan mis huesos como trofeos.
Echan suertes por lo que queda de mí,
pero mi alma te pertenece.
No te quedes lejos,
pues la angustia está cerca.
Mi fuerza se desvanece como el humo,
mi aliento tiembla en el polvo.
Pero de las cenizas,
se alzará una canción.
Estoy derramado como agua,
pero Tú sostienes cada gota.
Me ves rodeado,
pero no has dado la espalda.
Aun en el silencio,
Tú estás cerca.
Aun en el quebranto,
Tú permaneces.
Los confines de la tierra recordarán.
Generaciones que aún no han nacido se levantarán y dirán:
“Él lo ha hecho.”
Consumado es…
pero no el final.
La Luz abandonada
aún brilla.
Este texto es una profunda meditación poética inspirada en el Salmo 22, el mismo que Jesús pronunció desde la cruz. Representa la tensión entre el abandono aparente y la fidelidad eterna de Dios. Las primeras líneas expresan el clamor más humano y desgarrador del creyente: cuando Dios calla. Es el eco de la cruz, el momento en que la divinidad parece distante y el dolor se hace absoluto.
La imagen del silencio que “corta más profundo que los clavos” no es sólo una descripción del sufrimiento físico, sino del vacío espiritual que siente el alma cuando no percibe la voz del Padre. El autor retrata la burla del mundo —“¿Dónde está tu Dios ahora?”—, mostrando cómo la fe es probada en medio del desprecio y el aparente abandono.
Sin embargo, el poema gira hacia la esperanza con la afirmación: “Aun en el silencio, Tú estás cerca. Aun en el quebranto, Tú permaneces.” Aquí se revela la paradoja de la fe cristiana: Dios puede parecer ausente, pero está obrando en lo invisible. El sufrimiento del siervo no es señal de rechazo, sino de cumplimiento del plan redentor.
La descripción del cuerpo traspasado, los huesos contados y las ropas sorteadas apuntan directamente al cumplimiento profético de la crucifixión (Salmo 22:16–18; Juan 19:24). El autor no busca el dramatismo, sino mostrar cómo incluso en la humillación total, el propósito divino no se detiene.
El clímax llega con la declaración: “Consumado es… pero no el final.” Es una referencia directa a las palabras de Cristo (Juan 19:30), donde el sacrificio se completa y la redención se sella. Lo que parecía derrota es, en realidad, la consumación de la victoria eterna.
La “Luz abandonada que aún brilla” representa al Mesías que, aunque atravesó la oscuridad del abandono, jamás dejó de ser la fuente de vida. El poema termina proclamando que toda la tierra recordará y adorará, cumpliendo así la promesa de que de su dolor nacerá salvación.
En su conjunto, este texto es un canto de dolor transformado en gloria, donde el silencio de Dios se convierte en el eco de su fidelidad, y la cruz deja de ser símbolo de derrota para convertirse en el trono del amor eterno.