Esta versión del Salmo 48 se convierte en un himno metal épico de adoración al Dios que protege y reina desde Sion. Mantiene la esencia bíblica del salmo: la ciudad de Dios es símbolo de Su presencia, Su poder y Su fidelidad eterna. La letra describe a Jerusalén como una fortaleza inquebrantable, donde las naciones tiemblan, los reyes caen y el Señor demuestra Su dominio absoluto. Con riffs veloces, percusión intensa y coros majestuosos, la canción exalta que Dios es el defensor eterno de Su pueblo, el Rey cuyo reino no puede ser movido.
The city stands unshaken,
its walls carved by the Almighty.
Mount Zion rises above the storm,
His name etched in every stone.
Kings march in shadow, but they fall,
their armies crumble at His call.
The earth shakes, the heavens roar,
His fortress stands forevermore.
From ancient walls to the highest towers,
His glory fills the city with power.
We lift our eyes, our hearts aligned,
the Lord our refuge, strong and kind.
Sing of the city, holy and high!
The Lord reigns above, the nations cry!
From every mountain, from every sea,
His strength protects eternally!
City of the Lord, unshakable ground,
His presence forever, His praise resounds!
The enemy plots, the proud take aim,
but all their schemes will end in shame.
For the Eternal watches, unyielding,
His hand shields all who are believing.
Walk the streets of holiness,
taste His justice, feel His rest.
The walls stand firm, the gates secure!
The Lord is with us, His rule endures!
Every fortress, every throne,
falls before His might alone!
Sing of the city, holy and high!
The Lord reigns above, the nations cry!
From every mountain, from every sea,
His strength protects eternally!
City of the Lord, unshakable ground,
His presence forever, His praise resounds!
Zion lives, eternal light,
our God, our shield, our endless might.
La ciudad permanece inconmovible,
sus muros tallados por el Todopoderoso.
El monte Sion se eleva sobre la tormenta,
Su nombre grabado en cada piedra.
Los reyes marchan en sombra, pero caen,
sus ejércitos se desmoronan ante Su llamado.
La tierra tiembla, los cielos rugen,
Su fortaleza permanece por siempre.
Desde los muros antiguos hasta las torres más altas,
Su gloria llena la ciudad con poder.
Levantamos los ojos, nuestros corazones alineados,
el Señor es nuestro refugio, fuerte y bondadoso.
¡Canten de la ciudad, santa y sublime!
¡El Señor reina arriba, las naciones claman!
Desde cada montaña, desde cada mar,
Su fuerza protege eternamente.
Ciudad del Señor, suelo inconmovible,
Su presencia es eterna, Su alabanza resuena.
El enemigo trama, los soberbios apuntan,
pero todos sus planes terminarán en vergüenza.
Porque el Eterno vigila, firme,
Su mano protege a los que creen.
Camina por las calles de santidad,
prueba Su justicia, siente Su reposo.
¡Los muros se mantienen firmes, las puertas seguras!
¡El Señor está con nosotros, Su reino perdura!
Toda fortaleza, todo trono,
cae solo ante Su poder.
¡Canten de la ciudad, santa y sublime!
¡El Señor reina arriba, las naciones claman!
Desde cada montaña, desde cada mar,
Su fuerza protege eternamente.
Ciudad del Señor, suelo inconmovible,
Su presencia es eterna, Su alabanza resuena.
Sion vive, luz eterna,
nuestro Dios, nuestro escudo, nuestro poder sin fin.
El canto describe Sion como símbolo del Reino eterno de Dios, la ciudad santa donde Su presencia habita y Su poder permanece inmutable. Inspirado en los Salmos 46, 48 y 87, el texto exalta la fidelidad del Señor frente a los imperios humanos que se desmoronan ante Su voz.
La ciudad inconmovible representa tanto la Jerusalén celestial (Hebreos 12:22) como la comunidad de los redimidos. Sus muros “tallados por el Todopoderoso” aluden a la obra perfecta de Dios que edifica a Su pueblo sobre fundamentos eternos. En contraste, los “reyes que marchan en sombra” encarnan la soberbia humana: su poder es efímero y su caída inevitable cuando el Señor se manifiesta.
La canción proclama que ninguna tormenta puede destruir lo que Dios ha establecido. Sion no es solo un lugar geográfico, sino un estado espiritual: el refugio de quienes confían en Él. “Levantamos los ojos, nuestros corazones alineados” es un acto de adoración y confianza colectiva, una afirmación de que el pueblo de Dios camina bajo Su cobertura.
El estribillo celebra la soberanía divina:
“¡Ciudad del Señor, suelo inconmovible, Su presencia es eterna, Su alabanza resuena!”
Aquí el corazón se eleva en adoración triunfante. La ciudad canta porque Dios reina, y Su justicia protege a los que creen. La fortaleza del Señor se contrasta con la fragilidad de los tronos humanos: toda fortaleza y todo poder terrenal acaban postrados ante Él.
El tono emocional es majestuoso y reverente, cargado de esperanza y seguridad. No es una adoración temerosa, sino la celebración de un Dios que reina con poder, pero también con ternura, como refugio de Su pueblo.
El cierre —“Sion vive, luz eterna, nuestro Dios, nuestro escudo, nuestro poder sin fin”— resume toda la visión bíblica: el Reino de Dios permanece firme, y quienes habitan en Él participan de una victoria que ninguna fuerza del mundo puede derribar.