Esta versión del Salmo 73 es una reflexión metal espiritual y desgarradora sobre la tensión entre la aparente prosperidad de los malvados y la fe del justo que sufre. Mantiene el mensaje central del salmo: solo al entrar en la presencia de Dios se revela la verdad sobre el destino de los soberbios y la recompensa de los fieles. La letra expresa la lucha interior del creyente ante la injusticia, el peligro de la envidia y la revelación final de que Dios mismo es la herencia y fortaleza eterna del alma. Con riffs intensos, cambios dinámicos y un clímax melódico, la canción transmite el viaje desde la confusión hasta la adoración, culminando en la certeza de que aunque todo se derrumbe, Dios sigue siendo suficiente.
I saw the wicked rise,
their crowns made of smoke and gold.
They laughed in silence,
while the righteous walked alone.
Their words were sharp as glass,
their pride a tower high.
I envied their peace,
while my soul bled dry.
Their steps seemed firm,
their hearts untouched by pain,
but inside the storm,
I called Your name.
I almost fell,
my faith grew thin,
till I saw the truth
burning deep within.
Until I entered the sanctuary,
the veil was torn, the light revealed.
The strong are dust, the proud will fade,
but You, O Lord, are my shield!
My portion forever,
my strength, my song—
You hold my heart
when all feels wrong.
They build their thrones on shadows,
their laughter hides decay.
I walked through envy’s valley,
but You led the way.
In the silence You spoke,
Your whisper split the noise—
“Whom have I in heaven but You?
In You my soul rejoiced.”
My flesh may fail,
my heart may break,
but God is my portion,
forever awake!
Until I entered the sanctuary,
the veil was torn, the light revealed.
The strong are dust, the proud will fade,
but You, O Lord, are my shield!
My portion forever,
my strength, my song—
You hold my heart
when all feels wrong!
He is near to those who seek,
the end of pride is silence...
but the righteous stand
in eternal light.
Vi a los malvados levantarse,
sus coronas hechas de humo y oro.
Reían en silencio,
mientras los justos caminaban solos.
Sus palabras eran filosas como el vidrio,
su orgullo una torre elevada.
Envidié su paz,
mientras mi alma se desangraba.
Sus pasos parecían firmes,
sus corazones intactos ante el dolor,
pero dentro de la tormenta,
llamé Tu nombre.
Casi caí,
mi fe se volvió débil,
hasta que vi la verdad
arder en lo profundo.
Hasta que entré en el santuario,
el velo fue rasgado, la luz revelada.
Los fuertes son polvo, los orgullosos se desvanecen,
pero Tú, oh Señor, eres mi escudo.
Mi porción por siempre,
mi fuerza, mi canción,
Tú sostienes mi corazón
cuando todo parece mal.
Ellos construyen sus tronos sobre sombras,
su risa oculta la corrupción.
Caminé por el valle de la envidia,
pero Tú me guiaste.
En el silencio hablaste,
Tu susurro cortó el ruido:
“¿A quién tengo en los cielos sino a Ti?
En Ti mi alma se regocija.”
Mi carne puede fallar,
mi corazón quebrarse,
pero Dios es mi porción,
por siempre despierto.
Hasta que entré en el santuario,
el velo fue rasgado, la luz revelada.
Los fuertes son polvo, los orgullosos se desvanecen,
pero Tú, oh Señor, eres mi escudo.
Mi porción por siempre,
mi fuerza, mi canción,
Tú sostienes mi corazón
cuando todo parece mal.
Él está cerca de los que lo buscan,
el final del orgullo es silencio...
pero los justos permanecen
en la luz eterna.
Este texto está inspirado en el Salmo 73, un lamento y testimonio personal sobre la lucha entre la aparente prosperidad del impío y la fe del justo que sufre. Es una de las reflexiones más íntimas y honestas sobre la tensión entre la justicia divina y la realidad visible.
La primera parte expone el conflicto del alma: el autor contempla cómo los malvados “se levantan”, ostentan poder, riquezas y una paz superficial, mientras él, fiel a Dios, experimenta soledad y sufrimiento. Esta visión despierta envidia espiritual, una tentación común para el creyente que compara su camino de cruz con la aparente facilidad del mundo. La línea “Envidié su paz, mientras mi alma se desangraba” expresa esa herida invisible: el deseo de una paz sin santidad, el anhelo de lo que carece de eternidad.
Pero el punto de quiebre llega con la frase: “Hasta que entré en el santuario.” En la presencia de Dios, la perspectiva cambia por completo. El “velo rasgado” alude al acceso que el creyente tiene ahora a la comunión directa con el Señor —una alusión también a la obra de Cristo, que abrió el camino al Lugar Santísimo (Hebreos 10:19–22)—. En ese encuentro, el salmista comprende que toda grandeza terrenal es efímera: “Los fuertes son polvo, los orgullosos se desvanecen.” La revelación es que la verdadera seguridad no se mide por poder, sino por comunión.
La confesión central: “Tú, oh Señor, eres mi escudo… mi porción por siempre” retoma la misma convicción del salmista Asaf: “Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmo 73:26). Es la declaración de una fe purificada: el alma ha pasado del resentimiento a la adoración.
En la segunda parte, la canción revela el fruto de esa transformación interior. La envidia se disuelve en adoración: “En el silencio hablaste, Tu susurro cortó el ruido.” Es el momento en que el alma comprende que la voz de Dios es más fuerte que todas las comparaciones. La pregunta divina —“¿A quién tengo en los cielos sino a Ti?”— se convierte en el clímax teológico y emocional: cuando Dios es todo, la pérdida de todo lo demás deja de importar.
La declaración final, “Él está cerca de los que lo buscan, el final del orgullo es silencio”, cierra con un tono contemplativo. El orgullo —símbolo del poder sin dependencia— termina en vacío; la humildad —símbolo del alma que se rinde al Creador— permanece en luz eterna.
Teológicamente, la letra enseña la transformación de la fe a través de la adoración, el paso de la queja a la comprensión. Emocionalmente, transmite el proceso interior del creyente que pasa del conflicto y la comparación al descanso absoluto en la soberanía de Dios. Es el testimonio del alma que, habiendo mirado al mundo con envidia, termina mirando al cielo con gratitud.