Esta versión del Salmo 66 es una declaración de victoria y poder divino expresada con energía metalera e intensidad espiritual. Mantiene el espíritu bíblico del salmo: toda la tierra clama al Dios que escucha, salva y transforma las pruebas en triunfo. La letra celebra cómo Dios convierte el sufrimiento en alabanza, guía a Su pueblo a través del fuego y del agua, y muestra Su fuerza ante las naciones. Musicalmente, combina riffs rápidos, voces combativas y un coro épico, transmitiendo que el Señor es invencible, digno de adoración y fuente de toda victoria eterna.
Shout to God, all the earth!
Let every tongue and every fist rise!
Rivers roar, mountains quake,
His power moves, the walls break!
He turned our trials into triumph,
our chains became the fire of praise.
The nations looked, they could not stand,
our God delivered us from the blaze.
Through storms and floods, we lifted our cries,
He heard the voice, He opened the skies.
Blessed is the One who listens,
blessed is the One who saves!
Shout of victory!
Let the heavens hear our song!
Shout of victory!
The Lord is mighty, our strength is strong!
From every trial, from every fight,
we rise in His glory, clothed in light!
The land trembled, His hand moved,
we saw His wonders, we will not forget.
He tested us, but led us through,
our hearts reborn, our hope renewed.
All the nations watched in awe,
the God of mercy, perfect law!
Come and see!
The works of the Lord!
Come and stand!
And praise Him forevermore!
Shout of victory!
Let the heavens hear our song!
Shout of victory!
The Lord is mighty, our strength is strong!
From every trial, from every fight,
we rise in His glory, clothed in light!
Our God reigns, eternal might,
His name forever, shining bright!
¡Griten a Dios, toda la tierra!
¡Que toda lengua y todo puño se levanten!
Los ríos rugen, las montañas tiemblan,
Su poder se mueve, los muros se rompen.
Él convirtió nuestras pruebas en triunfo,
nuestras cadenas se volvieron fuego de alabanza.
Las naciones miraron, no pudieron resistir,
nuestro Dios nos libró del fuego.
A través de tormentas y torrentes levantamos nuestro clamor,
Él oyó la voz, abrió los cielos.
¡Bendito sea Aquel que escucha,
bendito sea Aquel que salva!
¡Grito de victoria!
¡Que los cielos escuchen nuestra canción!
¡Grito de victoria!
¡El Señor es poderoso, nuestra fuerza es fuerte!
De cada prueba, de cada batalla,
nos levantamos en Su gloria, revestidos de luz.
La tierra tembló, Su mano se movió,
vimos Sus maravillas, no las olvidaremos.
Nos probó, pero nos condujo,
nuestros corazones renacieron, nuestra esperanza fue renovada.
Todas las naciones miraron con asombro,
¡el Dios de misericordia, ley perfecta!
¡Vengan y vean!
¡Las obras del Señor!
¡Vengan y permanezcan!
¡Y alábenle por siempre!
¡Grito de victoria!
¡Que los cielos escuchen nuestra canción!
¡Grito de victoria!
¡El Señor es poderoso, nuestra fuerza es fuerte!
De cada prueba, de cada batalla,
nos levantamos en Su gloria, revestidos de luz.
Nuestro Dios reina, poder eterno,
Su nombre por siempre, brillante resplandece.
El canto es una proclamación universal del poder soberano de Dios sobre toda la creación. El llamado inicial —“Shout to God, all the earth”— refleja el Salmo 66 y el Salmo 98, donde la naturaleza misma participa en la alabanza: los ríos, las montañas y los pueblos son testigos de Su poder redentor.
Las pruebas convertidas en triunfo expresan la dinámica de la redención: Dios transforma la opresión y el sufrimiento en adoración. Las “cadenas convertidas en fuego de alabanza” evocan el paso del pueblo por la aflicción hasta la libertad, recordando cómo el fuego purifica y revela la fe genuina (1 Pedro 1:7).
El verso “Las naciones miraron, no pudieron resistir” anuncia la manifestación del poder de Dios ante el mundo, similar al Éxodo o a los actos salvíficos de Dios en la historia de Israel. La apertura de los cielos representa Su respuesta al clamor del justo, como en los Salmos y en la promesa profética de Isaías 64:1.
“Bendito sea Aquel que escucha, bendito sea Aquel que salva” declara Su carácter personal y cercano, el Dios que oye y actúa, no distante ni mudo.
El “Grito de victoria” es la respuesta del pueblo redimido: la alabanza como arma espiritual. La victoria no proviene del hombre sino del Señor, “nuestra fuerza es fuerte” porque Él es la fuente de poder (Salmo 18:1–2).
Los versos siguientes (“La tierra tembló, Su mano se movió…”) recuerdan las teofanías donde Dios interviene en la historia —los temblores, el fuego, las aguas— símbolos de Su presencia activa. La prueba no destruye, sino que purifica: “Nos probó, pero nos condujo”.
La invitación final —“Vengan y vean las obras del Señor”— es directamente bíblica (Salmo 66:5), un llamado a testificar lo que Dios ha hecho y a reconocer Su justicia y misericordia.
El cierre proclama el Reino eterno: “Nuestro Dios reina, poder eterno”. Es una doxología final, la confesión del pueblo que ha visto Su salvación.
En síntesis, el texto es una explosión de adoración victoriosa donde la tierra, las naciones y el pueblo de Dios se unen en un solo clamor: Dios reina, salva y transforma la derrota en gloria.